miércoles, marzo 07, 2012

¿Por qué mi hijo va mal?


Con una enorme diferencia, lo que más influye son las virtudes de los padres

Es bien conocido que en la formación humana de los hijos intervienen muchos factores, aunque en aras de una cierta simplificación, podemos distinguir los siguientes: la familia, el colegio, los amigos, la calle, la televisión, las lecturas, las actividades, el cine, internet, los videojuegos, las redes sociales y el móvil. Está claro que no interviene cada uno con la misma intensidad.

Con una enorme diferencia, lo que más influye son los padres (cerca de un 90% diría yo). Sin embargo, eso no impide que en una familia donde los padres lo hacen bien o muy bien, pueda salir una “oveja negra”: es uno de los riesgos de la libertad.

Sin lugar a dudas, las virtudes de los padres y la lucha seria por vivirlas, es lo que más influye en la educación de los hijos.

Cuando un hijo o una hija, ven en sus padres los iconos que vale la pena imitar, las “tonterías” de la sociedad que les rodea, de alguna manera, les rebotan.

El otro día, un padre de una familia en que los padres lo hacen de maravilla, me contaba lo siguiente. Que Cristina, su hija, le preguntaba porqué se sentía un poco alejada de sus amigos cuando después de cenar con ellos en la pizzeria y pasarlo muy bien, sobre las once, se iban al botellón a alguna discoteca, y ella se iba a casa porque no le apetece ir con ellos, porque no dicen más que tonterías y hacen guarradas.

Para que las tonterías de la sociedad “les reboten”, es necesario que los padres vivan con profundidad ese conjunto de virtudes y valores, y que los transmitan principalmente con su ejemplo, y también con la explicación de los hechos que ocurren en la sociedad –buenos y malos– haciendo referencia a las causas y sus consecuencias. De esta forma verán que vale la pena escarmentar en cabeza ajena y que no hace falta “tirarse del balcón para ver qué pasa”. Por ejemplo no hace falta emborracharse para saber qué es lo que ocurre. Y no hace falta provar la droga para saber qué pasa. Que no hace falta acostarse con otro para saber qué se siente, etc. Los padres ya les tendrán al día de todo lo que va surgiendo en la vida de sus hijos.

Quizá la primera virtud a vivir sea la humildad, y con ella la serenidad, que son signos de distinción. No perder nunca el control de uno mismo pase lo que pase. Ya lo he contado en otro artículo (http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=5521). si se da una orden, primero que sea con una simple seña; si uno no es obedecido, con una frase suave pero clara; y si no lo hace, con una frase clara y con cierta dosis de energía. Y si aún así no es obedecido, no se toca más el tema. Y se aplica más tarde –en el momento oportuno–, un castigo proporcionado, en algo que a él o a ella le gusta –y por tanto le sabe mal–, procurando que deduzcan –y si no, se les ayuda un poco–, el por qué del castigo.

Tener una madre y un padre que casi nunca pierden el control, cosa que no es siempre sencillo, es de incalculable valor. Digo “casi nunca” porque somos humanos y en algún momento podemos perder los estribos. A “sensu contrario”, un padre o una madre, que pierden el control ante pequeñas, o menos pequeñas, desobediencias o actuaciones de un hijo, hacen que los hijos les pierdan consideración y en no pocos casos que desprecien toda su escala de valores.

Las virtudes cardinales –de cardo, quicio– son la prudencia, justicia, fortaleza y templanza. Se ha de procurar vivirlas todas, pues todas son importantes.

La prudencia tiene que llevarnos a no amenazar con cosas que luego no vamos a ser capaces de cumplir, algunas veces por falta de fortaleza; otras, porque la amenaza es una pequeña temeridad que no guarda proporción con la falta y que es fruto de una situación de enfado pasajero. Y este es otro factor importante de pérdida de autoridad. Papá o mamá dicen cosas que luego no cumplen. Se les va la fuerza por la boca –no viven la prudencia por falta de templaza.

Tengo la impresión de que se habla bastante de justicia, de prudencia y de fortaleza. Pero que la virtud de la templanza es como la cenicienta de las virtudes cardinales. Y que no se sabe a ciencia cierta cómo adquirirla. De forma general es el dominio de uno mismo, mientras que manera específica se entiende como un hábito positivo que enriquece a la voluntad y la inclina a refrenar los diferentes apetitos sensitivos hacia los bienes deleitables contrarios a la razón (cfr. Aristóteles, Ética a Nicómaco, III,13). Pues bien, se adquiere –en lo que aquí nos interesa–, a fuerza de no ceder a la inclinación de perder la paciencia ante cosas que nos llevarían a la expresión de la ira, de la queja y de cualquier falta del propio control.

Lógicamente también influye la moderación en la forma de expresar las ideas opinables. No se es templado, si uno se comporta de tal manera que impide que los demás se expresen con libertad.

Creo que la templanza es probablemente una de las virtudes que producen en los hijos una sensación de admiración por sus padres. Esta admiración hará que todo lo que venga de ellos reciba una alta consideración de su parte y sea una gran razón de autoridad moral.

Aticus Finch (Gregory Peck) en "Matar un ruiseñor" es el padre que todos desearíamos tener y el padre que todos querríamos ser.

Con una enorme diferencia, lo que más influye en los hijos son los padres, especialmente si viven la humildad y las virtudes cardinales y en particular la templanza entendida como autocontrol